jueves, 30 de marzo de 2017

Última poesía en prosa en Canarias (2000-2015)

Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28 1
© 2017 Cabildo de Gran Canaria. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
LATEST PROSE POETRY IN THE CANARY ISLANDS (2000-2015)
Benigno León Felipe*
Recibido: 5 de noviembre de 2015
Aceptado: 18 de febrero de 2016
Cómo citar este artículo/Citation: León Felipe, B. (2017). Última poesía en prosa en Canarias (2000-2015).
Anuario de Estudios Atlánticos, nº 63: 063-020. http://anuariosatlanticos.casadecolon.com/index.php/aea/article/
view/9926
Resumen: Se pretende en este artículo ofrecer una visión panorámica del poema en prosa en Canarias en los últimos quince años. El cultivo de este particular género poético en el archipiélago ha sufrido diferentes momentos: desde su inicio tardío hasta el auge actual, pasando por su escasa presencia en los años de la posguerra. La significativa aportación a la historia del género en esta etapa refleja la importancia adquirida en la creación poética de las nuevas generaciones.

Palabras clave: Literatura española, literatura en Canarias, poesía en prosa

Abstract:
This article provides a comprehensive overview of the prose poetry in the Canary Islands in the last fifteen years. This particular genre has gone through different stages: from its late beginning until its current growth, having a limited presence during the post-war period. Its significant contribution to the genre’s history in this period reflects the importance (later) achieved in the work of new generations.
Keywords: Spanish literature; literature in Canary Islands; prose poetry

Introducción1

A pesar de que el poema en prosa se inicia en Canarias tardíamente, pues hasta finales de la primera
década del siglo XX no tenemos constancia de textos de este género, y de su nulo cultivo durante la
llamada literatura del franquismo, el gran desarrollo experimentado en las últimas décadas del siglo ha supuesto su consolidación y enraizamiento definitivos en el archipiélago.
Las primeras aportaciones destacadas a la historia del poema en prosa en Canarias se las debemos,
en primer lugar, a Agustín Espinosa con Lancelot, 28º-7º (1929) y Crimen (1934), títulos que, aunque
pueden plantear serias dudas sobre su adscripción genérica, representan, junto a La flor de Californía
(1928) de Hinojosa, Oscuro domino (1934) de Larrea y Pasión de la tierra (1935) de Aleixandre, la
mejor y más interesante aportación de la vanguardia al poema en prosa español; y, en segundo lugar,
a Ramón Feria con Libro de las figuraciones. Poemas en prosa (1941), uno de los pocos casos en esas
primeras décadas de un libro concebido íntegramente como poemario en prosa.

* Profesor Titular de Literatura Española del Departamento de Filología Española. Universidad de La Laguna. Avenida César Manrique, s/n. Campus de Guajara 38071, San Cristóbal de La Laguna. Tenerife. España. Teléfono: +34 922 31 7234;
correo electrónico: bleon@ull.edu.es


 Este ensayo continúa la línea iniciada en trabajos previos en los que hemos abordado la situación del poema en prosa en Canarias desde sus orígenes hasta el año 2000: «Panorama del poema en prosa en Canarias (estudio y antología), Estudios Canarios. (Anuario del Instituto de Estudios Canarios, 1999), nº xliv, (2000), pp. 321- 386; y «Poesía en prosa en Canarias: 1990- 2000», Cuadernos del Ateneo de La Laguna, núm. 8 (junio 2000), pp. 84-99.
Benigno León Felipe


Después del paréntesis que supuso el franquismo, que en Canarias tuvo una especial incidencia –no
hemos podido encontrar a ningún autor que publicara poemas en prosa durante esos años–, se produce, sobre todo a partir de los años 80, una eclosión de autores que aportan importantes muestras de poemas en prosa, como Luis Feria, Manuel Padorno, Arturo Maccanti, Eugenio Padorno, Ángel Sánchez; a los que hay que añadir otros poetas de los años 70 como Andrés Sánchez Robayna, Juan Pedro Castañeda, Bernd Dietz y Juan Carlos Castañeda. En la última década del siglo se incorpora también un nutrido grupo de escritores jóvenes que inician su producción poética. En sus entregas se observa un gran equilibrio entre las dos formas de expresión, cabe citar a Pedro Ángel Martín Rodríguez, Fermín Higuera, Anelio Rodríguez, Melchor López, Francisco-Javier Hernández Adrián, Goretti Ramírez, Francisco León, Rafael-José Díaz, Alejandro Kravietz, Oswaldo Guerra Sánchez, Roberto García de Mesa, entre otros Autores.
La revisión de la poesía publicada en Canarias en estos últimos quince años nos aporta una muestra
muy diversa y significativa que refleja la variedad y la pujanza del género en las islas. Prueba de ello es la presencia notable de poetas en prosa canarios incluidos en varias antologías: de los 34 poetas, nacidos entre 1961 y 1980, incluidos en Poesía canaria actual (a partir de 1980) (2010), de Miguel Martinón,
23 han escrito poemas en prosa; en La otra joven poesía española (2003), de A. Kravietz y F. León, de los 14 poetas que incluye nacidos entre 1962 y 1975, 12 son poetas en prosa, de los que 5 son canarios; y en Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005) (2005), de Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas, que incluye 30 autores, incorpora también 4 poetas canarios.
Además de los autores citados que continúan publicando poemas en prosa, hay que añadir algunas
nuevas voces que se dan a conocer en este siglo, y que, desde diversos planteamientos estéticos, se incorporan con fuerza al panorama poético de las islas.

Bernardo Chevilly (Santa Cruz de Tenerife, 1961) en Galería de retratos (2009) reúne unas 50 prosas
que, como el propio título indica, constituyen una galería de retratos de diversos personajes, con predominio de conocidos escritores de distintas latitudes. Sobre su indudable carácter poemático incide su prologuista Jaime Siles: estamos ante un libro de poemas disfrazado de carpeta de dibujos o de galería de retratos. Aunque muy distintos en su intención, nos recuerdan las caricaturas líricas de Juan Ramón Jiménez en Españoles de tres mundos (1942). En los retratos de Chevilly destaca el uso de la primera persona, en unos casos representando un yo lírico y en otros dando voz al propio personaje retratado. Testimonial hasta el momento es la aportación de Antonio Puente (Las Palmas de Gran Canaria, 1961), pues solo nos aporta poemas en prosa en Sofá de arena (2008) –en el apartado «Retal de espumas » incluye dos poemas en prosa de media extensión–.
Fermín Higuera (Tenerife, 1961), afincado en Madrid desde 1983, no había publicado poemas en
prosa hasta Roto está el cordón de plata (2007), donde casi la mitad de sus textos son poemas en prosa2. De muy diversa extensión –se combinan los muy breves con los de extensión media–, Higuera se decanta por una expresión limpia y precisa para encauzar recuerdos y vivencias en las que no son ajenos personajes míticos de la tradición narrativa oral.
Ernesto Suárez (Santa Cruz de Tenerife, 1963) se inicia en la expresión poética en prosa con un conjunto de diecisiete textos, «Visiones de río y ciudad», presentados bajo el formato de sangría francesa (versículos, según el prologuista) publicados en la antología Las playas (Cuadernos poéticos: 1988-2002). Pero su aportación más decidida al género la encontramos en La casa transparente (2007), donde el apartado «Umbrales» está integrado exclusivamente por poemas en prosa. La escritura elíptica y concentrada que caracteriza su poesía en verso se transforma en más discursiva en su poemas en prosa.
Yolanda Soler Onís (Cantabria, 1964) vive desde 1971 en Canarias. En De los ríos oscuros (2010)
utiliza de forma indistinta ambas formas de expresión. El motivo del río da cohesión a este poemario
2 Con la excepción del poema «Acceso al horizonte», publicado previamente en la revista Serta (1999), e incluido en su antología Bisagras en la hoguera (Poemas 1984-2000) (2002). Según reza en nota a pie de página, el poema pertenece al «libro inédito de poemas en prosa, terminado después de El hijo de ir, aunque fruto de una elaboración que se remonta a 1898».
Desconocemos si los incluidos en Roto está el cordón de plata pertenecieron a ese conjunto inédito.
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ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
cuya estructura refleja su propio transcurrir –«Curso alto», «Curso medio», «Curso bajo»–, y, al mismo tiempo, desborda los cauces de la memoria.
Melchor López (Tenerife, 1965) cultiva de forma habitual el poema en prosa: desde Altos del sol
(1995) combina el uso del verso y la prosa en todas sus entregas, práctica que culmina, hasta el momento, en De la tiniebla (2013), poemario compuesto íntegramente por poemas en prosa, y Dos danzas (2014), libro-carpeta constituido por dos cuadernillos que contienen once poemas en prosa cada uno. La presencia continua de un tú en constante dialéctica con el paisaje confiere a sus textos una gran intensidad y condensación.
Coriolano González Montañez (Santa Cruz de Tenerife, 1965) no se prodiga en el uso de la prosa. En
sus primeros poemarios –publicados a partir de 1984– solo encontramos un poema en prosa de 1988 en el inédito El largo camino de regreso al sur, incluido en El viaje (Poemas 1984-2000). Es en El tiempo detenido (2006) donde incorpora esta forma de expresión de forma más profusa en algunos apartados, en unos casos bajo el formato convencional y en otros con sangría francesa. No parece casual que sea en este título, pues supone un cambio notable en su poesía al decantarse por un planteamiento estético menos simbolista y más existencial.
Oswaldo Guerra Sánchez (Las Palmas de Gran Canaria, 1966), salvo en Un rumor bajo la rama
(2012), ha incluido poemas en prosa en todos sus poemarios –en De camino a casa (2000) íntegramente–. En sus primeras entregas predominan las referencias descriptivas a la geografía insular, mientras que en Muerte del Ibis (2013) su poesía evoluciona hacia territorios más intimistas y conceptuales.
Verónica García (Las Palmas de Gran Canaria, 1967), aunque incluye poemas en prosa desde Posibles
enunciados (1996), se decanta más por el formato versal. Por su parte, María José Alemán (La
Laguna, 1967) solo aborda el poema en prosa en su última entrega Una familia completa (2009).
Pedro Ángel Martín Rodríguez (La Palma, 1967) recurre indistintamente al verso o la prosa como
vehículo de expresión poética, con la única excepción de Palabras. El escultor del aire (2004), libro que supone el inicio de un cambio hacia una poesía más elíptica y concentrada, sobre todo en los textos versales.
El sujeto lírico sigue necesitando el apoyo de un destinatario multiforme que encauce y proyecte
los recuerdos y las imágenes que conforman su memoria.
Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969) ha cultivado el poema desde sus primeros
poemarios –Ángulos de medianoche (1989), Fósiles o armaduras del tiempo (1991), Altamarinas
(1997)– y vuelve a incluirlos en su última entrega, El equilibrista y los jardines (2013), aunque en menor medida.
Francisco León (Icod de los Vinos, 1970) usa indistintamente ambas formas de expresión: en todas
sus entregas alterna el verso y la prosa, salvo en 8 pajazzadas para Salomé (1999) y en Terraria (2006) escritos íntegramente en prosa. Incluido en la antología Campo abierto, señala en la encuesta que abre su presencia en dicha antología que la elección final del verso o la prosa depende de la conjunción entre un patrón rítmico (vacío) y una noción o masa gnoseológica (no-consciente).

Alejandro Krawietz (Santa Cruz de Tenerife, 1970) ha utilizado la prosa en todos sus poemarios:
La mirada y los támaras (1996) está compuesto casi íntegramente (solo hay un poema en verso) por
poemas en prosa, en Memoria de la luz (2001) combina ambos formatos, y En la orilla del aire seguido de Ascensión (2006) también recurre al poema en prosa. La luz, su incidencia en el paisaje (la isla), y su reflejo en la memoria son las constantes de su poesía que se manifiesta en un lenguaje adelgazado y exacto. Seco. De perfiles nítidos y vocales claras, como subraya en la poética que precede la selección de textos de La otra joven poesía española.
Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) también usa indistintamente el verso y la prosa. Encontramos poemas en prosa desde su primera entrega, El canto en el umbral (1997), y en las posteriores Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007) y Detrás de tu nombre (2009). Según sus propias palabras el poema surgía, indiferentemente, en verso o en prosa. Un verso imperfecto y una prosa imperfecta. Un verso lleno de prosaísmo y una prosa llena de lirismo. El impulso era el mismo.
Goretti Ramírez (Santa Cruz de Tenerife, 1971) usa ambas formas de expresión en sus dos poemarios
publicados, El lugar (2000) y La llamada (2004). Son poemas breves, muy condensados en los que es
perceptible, como señala Andrés Sánchez Robayna en el prólogo del primero, una filiación juanramoniana.
Alejandro Rodríguez-Refojo (La Laguna, 1972) incorpora poemas en prosa en su segundo poemario
Cuaderno de apuntes (2011). Se mueve entre el aforismo y estampas descriptivas sobre lugares conocidos, reflexiones literarias y cinematográficas, pero sin perder el tono meditativo de su primer poemario.
Roberto García de Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1973) utiliza desde sus primeros libros una gran
variedad de formas expresivas: versos de dos o tres sílabas, versos extralargos, caligramas, poemas con grafías en blanco sobre manchas negras y poemas en prosa. El poema en prosa, breve o muy breve, está mucho más presente, sobre todo en Memorias de un objeto, y vuelve a hacer uso de este formato en Retórica y en Los cuerpos remotos, reunidos en esta última entrega de 2012, donde se manifiesta su tendencia, en el momento creativo actual, a las formas poéticas más prosísticas.
La poesía de Miguel Ángel Galindo (Adeje, 1973) se caracteriza por la transgresión y el uso de muy
diversos metros y formas. La carne & los lirios (2007), escrito casi todo en prosa, es un claro ejemplo.
Alfonso Domingo Quintero (1973) ha publicado hasta el momento Insulario menor (2014), libro
que reúne poesía en prosa (Huella, Inscripciones del día), un diario de viajes (Cuaderno de la grava),
relatos y artículos. Sus poemas, muy descriptivos, nos recuerdan los cuadros costumbristas de Baroja o Azorín.
Maiki Martín Francisco (Santa Cruz de la Palma, 1974) no se ha prodigado en el uso del poema en
prosa, solo ha publicado dos poemas en Y si me declaro inconveniente (2008).
Isidro Hernández (Santa Cruz de Tenerife, 1975) incluye poemas en prosa en El cielo del alba (2007),
cuaderno de viajes en el que da cabida a distintas formas de expresión para compartir sus experiencias de viaje, y que encaja con su idea de que no importa cómo aflora [la autenticidad] en la página, tampoco cómo se distribuyen y aparecen los elementos formales del poema, según apunta en la «poética» que precede a sus textos en Poesía canaria actual (A partir de 1980) (2010), de Miguel Martinón.
Bruno Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1975) incluye en su primer libro, El laboratorio (2000) un
único poema en prosa, práctica que recupera en su cuarta entrega, El libro de Fabio Montes (2010), en el que aparece un apartado «Diario sin fechas» escrito íntegramente en prosa.
Iván Cabrera Cartaya (Tenerife, 1980) recurre al poema en prosa en Fragmentos de sentido (2006),
Bajo el cielo innumerable (2007) y Cariátides (2007). La visión del paisaje inmediato, al que se une
también el mundo onírico, son los referentes que sirven de materia poética a su poesía meditativa.
Conclusión
La vitalidad y el arraigo del género en las islas se manifiesta tanto en la numerosa nómina de poetas
que lo cultivan como en el hecho de que la mayoría lo hace indistintamente con el verso, como son los casos, por citar algunos, de Melchor López, Pedro Ángel Martín Rodríguez, Francisco León, Víctor Álamo de la Rosa, Alejandro Kravietz, Rafael-José Díaz, Goretti Ramírez, Oswaldo Guerra Sánchez o Roberto García de Mesa.
A pesar de las diversas modalidades que puede adoptar el poema en prosa, la tendencia general que se detecta en los textos seleccionados se inclina de forma clara hacia el tipo que hemos denominado poema en prosa «puro» (León Felipe, 2000a: 327), caracterizado por su extensión –entre media y tres páginas–, la unidad, la condensación expresiva y la intencionalidad, manifiesta o implícita, del autor.
En general se continúa la línea intimista, descriptiva e impresionista desarrollada en las décadas anteriores, a la que se añade, quizá con mayor fuerza, poetas de un perfil más experimental, orientados hacia una escritura más lírica, impersonal y metalingüística en la línea de Andrés Sánchez Robayna, como son los casos de los poetas relacionados en su momento con la revista Syntaxis, aunque sin llegar a los presupuestos formales de José-Miguel Ullán, Jenaro Talens o Jorge Urrutia.
Uno de los aspectos que conviene destacar, dentro de la heterogeneidad temática –habitual, por otra
parte, en el poema en prosa–, se relaciona con una de las características que desde sus orígenes han marcado el devenir del género que surge con la modernidad: nos referimos a su vinculación con lo urbano.

Sin embargo, en esta muestra se observa una clara derivación hacia lo rural, síntoma de su madurez y
superación de la provisionalidad que también se le ha adjudicado desde su génesis.

Antología
En la antología que sigue se incluye un total de 24 poetas, ordenados cronológicamente, cuya obra
ha sido publicada en estos últimos quince años. He optado, por cuestiones de espacio, no incluir nueva obra de poetas ya antologados en los trabajos anteriores citados, con la excepción de algunas ausencias que deben ser subsanadas.

Bernardo Chevilly
(Santa Cruz de Tenerife, 1961)
MERCEDES UNA MUERTE sombría nos acecha. Y sin embargo creemos en los días azules y aún nos sorprende el sabor del agua. Hemos visto cómo desciende la luz y se incorpora ante los ojos con la desgana de un suave declive. En las mañanas frías brotamos al unísono y atamos la memoria a los días que nos negaron cobijo. La vida nos regala ficciones para que vibren como golpes de piedra en las horas vacías. Nos despertamos enlazados en la noche más alta y en la estancia resuena la ternura. Y nos embriaga la música más honda, temerosos e insomnes, cuando al morir el día nos percatamos de la oscura finalidad de la tristeza.
PERE GIMFERRER UNA ESPADA, un pañuelo, una muerte fragante como el atardecer y como él sombría y delicada. Leí La Muerte en Beverly Hills a las seis de la mañana, después de una larga noche de carnaval, en un extraño estado de vigilia; en tus versículos resonaban Saint-John Perse, Walt Whitman o Marcel Proust: al terminar guardé silencio, impresionado, como cuando Elisabeth Schwarzkopf deja en suspenso el último lied de Richard Strauss. ¿Hubiera pasado lo mismo con un libro de Gil de Biedma, de Aleixandre o de Cernuda? Nunca podré saberlo, porque todas las mañanas del mundo son un camino sin retorno. Y para que no se diga he vuelto a leer tu poema, Pere Gimferrer, pero no he podido traspasar el umbral que
me llevó a ese mundo dichoso de dulces muchachas rubias y pálidos jazmines, donde los barcos zarpan
húmedos al alba / aún bajo el estaño de la noche encendida.
[De Galería de retratos, Valencia: Pre-Textos, 2009]
Antonio Puente
(Las Palmas de Gran Canaria, 1961)
ESTA ORILLA
Recobrar, tras enésimo oleaje, esta orilla que nos mide. Orgánico hogar a la intemperie, de larguísima
azotea en las entrañas. Esta húmeda franja, que sólo familiarmente se recorre, con todos los miembros
(de uno solo) en el arrobo. Abarcar su cuerpo, engañosamente informe y arenal (piadosa ocultación, por
mantener la compostura de que tampoco ella seguirá cuando nos hayamos ido); torso que se extiende y
enjuga el agua: que se anega y resucita, para enseñarnos, en su pizarra de desechos y fruta renovada, lo
mucho que dan de sí la provisión y el vacío.
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas d 6 e Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28
Benigno León Felipe
Hundir los pies en su piel undosa: por sus ubres y estrías maternales, que fueron tibia carpa de todas
nuestras horas. Desde la inminencia del viejo domador de arena seca (cuya jaula se extiende a la Avenida)
a la acuática y circense algarabía de la infancia, con las pequeñas plantas inmersas en sus grumos
nutritivos, de plátano es cachada con galletas y limón; en la vendimia absorta de sus hoyos, con texturas
de suspiro roto y bienmesabe; de onomatopeyas de, millo y de cebada; en el gánigo que cuece el fogón
azul de la bahía, en un tempo líquido, untoso, fraguado por el mojo semafórico (amarillo paso de cebra)
entre las algas y el ocaso...
Ajetreado e inmóvil bodegón criollo, con los membrillos mordidos en las madrigueras de las peñas;
y la escudilla derramada de olas mansas: rumor coral de atávicas canciones y leyendas («sopita y pon»,
y «ratón sin cola», y «pájaro copión no tiene gracia»…), encaramados al más dulce regazo, chapoteando,
con los bracitos muelles, los dedos arrugados y los labios alegremente lilas..., para salir del agua ya
crecidos, en vueltas de carnero, y púberes catapultas con bolas de arena, a donde no se hace pie; y, todo
en uno, atajando con signos de forzudo las mareas, saltar a piola sus mojados lomos y hacer majestuosamente
el pino, y correr a zambullirnos: hasta la raya transparente, donde alcanzar la placidez de hacerse
el muerto, mecidos bocarriba por las suaves areolas de las crestas...
Orilla en que vuelve a espumear, oxidado pero en marcha, el serpentín de la cerveza retraída. Intactas
las argollas de los primeros humos, al romper la ola bajo el polvo de la luz: la cabeza recostada en la
juntura del agua con el cielo (centelleantes ondas malvas del sol en las pupilas), y los ojos inyectos en
sangre, con el yodo, la arena y el cannabis pulidos en la cachimba de los lagrimales, junto al congo de
las sebas. Cálido pasillo que se abre (bajo la arconada) entre las barras del convite: el ron que se destila
en la primera franja azul celeste y la arena dorada en que se comban los trigales del whisky...
Somier con los muelles rumbrientos: en silencio chasqueábamos, una a una, rauda pero morosamente,
a manos llenas, las esféricas semillas de las algas (como anticipo de las uvas rajadas en diciembre;
de las cometas que sólo duraron un estío, y el reguero de los forros de cuantos globos terráqueos habitamos);
racimos expoliados por nosotros, cuyos restos ella conserva, como pelucas calvas del primer
carnaval desnudos (por si aún quisiéramos tocarnos)... En las sienes francas de esta orilla sin orillas; que
nada nos pide, sino saber sumarnos, pese a todo, a sus risas epicúreas al estallar la espuma; aprender a
andar sin rubor con lo puesto, en su trasiego semejante a después de las batallas, y recoger del musgo
aquellas que fueron nuestras íntimas promesas horadantes, y que ahora son sólo conchas de caracolas u
osamentas de estrella de mar en los charcos: sentir cómo reverberan, por la cripta de su olor y su sonido
(sin auto compasión ni indiferencia), en el picor caliente del salitre a las espaldas...
Sortear, sin saña y sin olvido, la senda escatológica de las algas podridas, donde anidan los amores
que se arrumban, con su remedo inmóvil de hongos bélicos, en las varadas medusas; y se insinúa el holocausto
de baldes y rastrillos (y zapatillas perdidas, y pelo amontonado), por las brisas que nos recuerdan
niños conducidos en septiembre adentro de una ola: que, de pronto, nos vuelca en seco por la nuca entre
ahogaduras, adheridos al manojo inasible de su sauce llorón que se desploma, en una espiral de espuma,
por dentro de la alambrada de las sebas…
Altar de la mar vacía en que renace el desnucado: el único retorno era al sosiego de esta orilla, que
ahora nos acoge y nos devuelve la indulgencia con que ella misma nos hornea, mientras dispensa de las
veces que abjuramos... (El beso pródigo que nos rinde al escuchamos, tantas veces, la proclama hueca
de aquel preciso deseo de embarcarnos hacia un lugar impreciso. O el humor estoico con que se toma
nuestro perpetuo orín en sus zaguanes. Y la vista cariñosamente gorda por nuestro despilfarro de lámparas
autistas luciendo a pleno sol en las sombrillas. Y el perdón sonriente de que, al llegar súbita la ola,
corrimos a salvar sólo nuestros bártulos, ajenos a su ahogo...).
Oh, sí, orilla de justa promisión, que nos lleva siempre en la preñez de su yodo. Único espacio en que
coagula el tiempo que nos tocó vivir. Porque sólo ella ha dado cuerpo a nuestro prófugo afán, chorreando a nuestra vera; cobijo en el exilio de todo atributo. Sólo desde su puente de arena luminosa, con su fija
melodía de acordeón sin nadie, no eran para huir del mar nuestros baños de mar. Y tras el frío de cada
ola que vino quitándose la esclava (desabrochando su coturno, impetuosa, con el pie en la cintura de la
ola anterior), sólo encontramos el amor de nadadores fatigados en la arpillera de sus rocas domésticas:
en la colcha púbica de sus cálidos bermellones al baño María...
Límite centro, que germina sólo en el costado de esta playa. Orgánico hogar a la intemperie, de cuya
arcilla es, sin duda, nuestro barro, y la primera mano del bronce que cíclicamente nos recobre... Por más
que en apariencia nos movimos, jamás ni un palmo hemos salido (ni por asomo) de las lindes de esta
orilla.
[De Sofá de arena, Santa Cruz de Tenerife: CajaCanarias, 2008]
Fermín Higuera
(Tenerife, 1961)
[ELEGÍ UN PEDAZO DE TU HISTORIA…]
Elegí un pedazo de tu historia en la que un niño era tan dichoso en horizontes de melodías y palabras
que se sentía piedra de felicidad, cuerpo colmado. Apenas era aroma, brizna de sabor en las voces de tu
relato, pero extraje de él ciudades enteras de edificios y los caballos de la herida.
[UN ADOLESCENTE Y UNA MUJER MADURA…]
Un adolescente y una mujer madura se adentran en el mar. Disfrutan de la desnudez de sus cuerpos
y el agua, hasta que de las simas de lo profundo del océano asciende hacia ellos un pez oscuro. Primero
va hacia ella y le devora una pierna. El joven la abraza intentando protegerla. El escualo se vuelve hacia
él y le devora las dos piernas. Advierten que se desangran y que no tienen salvación. Entonces él le dice
a ella:
¡Salgamos de este sueño, comencemos de nuevo!

[EN EL JARDÍN DE TÉ…]
En el jardín de té, mandado a amurallar para protegernos de la barbarie, pero que, en verdad, es la
mazmorra sostenible para todo un pueblo de jardineros asalariados, crecen árboles de cantos distintos.
Uno es la acacia que alaba el prestigio y la confusión de las vendas en los ojos, cuyo artificio vocal se nos muestra mediante diatribas contradictorias que proponen, a un mismo tiempo, reivindicaciones y concesiones.
Otro es la secuoya, igual a un narcótico que canta la huida hacia delante y resonando, a años luz
de distancia, no sólo nos hace creer que está junto a nosotros, sino que confundamos su cuerpo esforzado de lejanía con nuestro propio cuerpo, nuestra presencia con los proyectos ausentes de los idilios. Pero hay un canto de los árboles que crecen hacia lo profundo, tan adentro que resulta imperceptible cuando abre su follaje en el centro de las médulas, cimentando sus raíces en los cielos. En este canto, en el que por lo menos participamos yo y yo mismo hablándole a lo otro, hay una luz que nos muestra un mundo por fuera de las murallas, apenas un fanal de encuentro más allá del jardín que anuncia una ciudad entera y que nos llama diciéndonos: yo soy el otro.
[De Roto está el cordón de plata, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2007]

Ernesto Suárez
(Santa Cruz de Tenerife, 1963)
[DURANTE LA TARDE…]
Durante la tarde, cuando la claridad del día comienza a desaparecer, me acerco a la ventana para
contemplar el movimiento del agua en el estanque. Su continua vibración en la superficie, su ir y venir levísimo me alonga al recuerdo del río imposible de la infancia, aquel río seco del que sabría, años más tarde, tenía su nacimiento en el agua sola de un pozo.
¿Cómo es posible que esta agua vislumbrada entre postigos me lleve hacia el territorio de un río
inexistente salvo en el nombre? ¿Acaso sea que, entremedio de esta imagen y aquel recuerdo, entre este tanque colmado y aquel río de arena, habite otro vislumbre que percute la memoria y que no alcance nunca a distinguir?
Busco.
Y de repente llega a mis ojos otro tanque, el único tanque de aquella infancia. En él jugamos durante
la tarde infinitas veces. En él sigo aún trazando los pasos temerarios por el borde estrecho que nos separaba
de la caída hacia las basuras y los escombros. El fondo sin agua, roto, destruido. Irremediable su
vacío. Como otro río de arena.
[ESTA ES LA HISTORIA…]
Esta es la historia de mi mano, la mano del diablo. Fueron mis padres quienes la relataron. Día a día,
de sus mudos labios surgía una retahíla de palabras nunca dichas aunque siempre podía oírlas. Día a día.
Me contaron de mi mano, de la que tenían prohibido hablar pero que me decían en un decir lento, destilado
estación a estación, año a año: licor tan espeso como el de los sueños más profundos. Sus labios
eran la fuente de donde manaba aquella extraña bebida, aquel dulce rumor fluyente. De él me embriagué
día a día, estación a estación, año a año, hasta que el diablo nació de mi mano. Fui de mi mano dador del
ser del diablo. Desde entonces ese, mi destino.
Cumplí cuarenta años. Aún vivo aquel día. Aquel día primero de mi vida me amputé yo mismo la
mano de la voz de mis padres. Ahora miro cómo del muñón crece una flor lenta. Miro y espero. ¿Cuál
ángel nacerá?
MIRADA
Más allá de aquello que dije, tal que vez primera. Más allá del origen y el final. Más allá, tan en mí.
Más allá. En mí: en la congregación.
[De La casa transparente, Santa Cruz de Tenerife: CajaCanarias, 2007]
Yolanda Soler Onís
(Cantabria, 1964)
[PRINCIPIO Y FIN DE LA MEMORIA, EL BALBUCEO…]
Principio y fin de la memoria, el balbuceo, para acceder al mundo a través de las palabras en la infancia
y recuperarlo, gracias a ellas, en la vejez. Sonidos e imágenes que un día un destello asocia en
mitad de la tormenta: el relámpago de todo niño, ese que se convierte en el rayo del adulto temeroso de
las esdrújulas.

[SUCEDE DE REPENTE…]
Sucede de repente, sin que nada haya cambiado en apariencia. Una mañana te despiertas del otro
lado. Es como si ese natural proceso de acumular se invirtiera y, a medida que se avanza hacia el final,
hubiéramos de perderlo todo poco a poco, al tiempo que las fuerzas o la memoria nos abandonan; quedarnos
con un par de recuerdos, el cuerpo devastado y solo el aire necesario para respirar. Una forma de
despedida, de ir acostumbrándose a ser cada vez más uno desnudo y luego nada.
[De De los ríos oscuros, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2010]
Melchor López
(Tenerife, 1965)
EL MUNDO CONTEMPLÁNDOME
No es tu ojo el que hoy contempla el paisaje, el cuerpo del mundo. No, eres tú –descubres, no sin
asombro– el objeto de su contemplación: el ojo de la tierra te mira, el ojo del mar te sigue a tu paso,
los ojos de la montaña te incorporan dentro de su mirada, anónimo, como a cualquier planta, como a
cualquier piedra.
LAS PRESENCIAS
Aquella mañana tú mirabas el mundo como si poseyeras un gran ojo, un ojo solar que tuviese la
capacidad de abarcar, de una sola mirada, todo el paisaje, de la orilla al confín, de la tierra a las nubes.
Contemplabas las cosas –cuerpos, gaviotas o barcas– como si entre ellas y tú no hubiese ninguna distancia,
ningún velo.
Las olas arrojaban frutas a la costa, coronas, conchas ensartadas, traídas de otras islas donde se
hubiesen celebrado los festejos de una boda o de una muerte. Viste, en medio de la mayor claridad, el
brillo de la gran turquesa del mar, los disueltos jades del fondo. Voces te avisaron del paso encadenado
de los delfines.
Y en ningún momento te apartaste del sol y de sus severos prismas. A su poder te entregaste entero,
a su autoridad regia. El lingote de su bronce consumió la cera de tu cuerpo.
Aquella mañana viste, por una vez, el mundo invadido de presencias y seguras claridades, de claridades
y seguras presencias.
[De Oriental. Cuaderno de Fuerteventura, Guía de Isora: La Fragua de Vulcano, 2003]
EL ALZADO
Todas las luces de mayo se agolpan ante mí. Ya ocupan la materia con su fiel confianza, ya se funden
en un asola luz, en compacto bloque, en mineral inédito.
Ya baja la luz, ya subo hasta ti, sol.
Ayúdame ahora en la arriesgada empresa, álzame hasta ti, padre, con tus cimbreantes pértigas, elévame,
arrebátame hasta que consiga tocar tu pecho con mi pecho y goce del abrazo descomunal al que
aspira toda criatura tuya, de nacimiento a muerte, de edad en edad, de sucesión en sucesión.
Ya baja la luz, ¡sí! ya subo hasta ti, ¡Sol!
[De Fama del día seguido de Escrito en Arrieta, La Laguna: Artemisa, 2006]
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas d 10 e Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28
Benigno León Felipe
[QUIÉNES SON…]
Quiénes son esos que envuelven tu cuerpo con burdas pieles cosidas? ¿Quiénes son esos que te
acuestan sobre las candentes arenas? No los reconoces aunque algo de ellos te sea familiar. Como si adivinaras
los rasgos de un rostro conocido tras una máscara. Temes el dolor. La quemadura. Con el instinto
de un animal aterrorizado en la maleza. Pero tu cuerpo ya no siente, no padece ni goza, no siente ya ni
para el dolor ni para el placer. Ni para el golpe de un puño ni para la caricia de una mano.
[De De la tiniebla, La Esperanza (Tenerife): Asphodel, 2013]
[UNA VOZ…]
Una voz me llama inconteniblemente. La única que conoce mi verdadero nombre, la única que ha
sabido pronunciarlo. Una voz que me llama. Sobre una yegua sin ensillar sin descanso galopo. Voy a
las selvas. Voy a las selvas a ver los ojos incendiados de los jóvenes, a ver los altos árboles, a ver el
reflejo de los árboles en el agua que se despeña con sus ramas. A bailar ante la puerta de la casa donde
velando duerme el que en sus sueños me llama.
[De Dos danzas (1996-2002), Tenerife: La espera Ediciones, 2014]
Coriolano González Montañez
(Santa Cruz de Tenerife, 1965)
AMANECER EN LISBOA
Mi alma es un muchacho que no se cansa de mirar los muelles
Pere Gimferrer
Debo parecer un intruso, fumando cigarro americano en un balcón de esta ciudad que se resiste a
morir.
Soy demasiado joven para estas calles, para estas casas que me acusan de un antiguo esplendor.
Pero yo paseo entre pobres y negros y muchachas de ojos tristes.
Camino entre sábanas, cabalgo en tranvías y subo escaleras, en busca de una estrella tan alta como
la colina de Alfama.
No soy tan joven.
Mi tristeza y mi amor son tan viejos como la primera piedra fenicia de esta ciudad, decadente y nostálgica.
Como mi espíritu, que pasea por tu recuerdo.
Ulises, tú y yo vimos los ojos del amor en el horizonte donde yace el mar.
[De El largo camino de regreso al sur, en El viaje (Poemas 1984-2000), Tegueste: Baile del Sol,
2002]
[RECUERDA QUE EL VERANO…]
Recuerda que el verano y la vida –aquel verano y esta vida– se detuvieron un veinte de agosto.
Y no quiero decir que todo acabara porque aún eran sólo el silencio y el dolor.
Aunque aquellos días de sol y de risas, aquellos días luminosos, días blancos como la infancia, naufragaran
tan hondo.
Tú te quedaste atrapado en un silencio profundo y yo con tantas cosas que contar y recordarte; en un
silencio redondo, sin esquinas, y yo sin poder encontrarte, enredado –como siempre– en el tiempo y en
las sombras.
Desearía tanto recobrarte cualquier otro veinte de agosto en el que tú y yo habríamos vadeado las
mareas, abierto las olas, roto risas en las acantiladas playas de arenas negras.
Son tantos los recuerdos, tan diminuta la memoria que apenas me queda una imagen tuya.

[LA LLUVIA DE INVIERNO…]
La lluvia de invierno cae tras la ventana y las gotas se escurren por los cristales formando caprichosos
dibujos que duran el tiempo de una mirada.
A veces un caballo galopa entre montañas lejanas, cuyos trazos apenas ciñe la luz. En otras, un rostro
que susurra palabras delgadísimas se asoma intruso.
Y sus palabras son tan transparentes que habría que pegar la oreja al frío del cristal para responder
con mensajes de vaho. Las más de las veces, paisajes nebulosos que se pasean como caleidoscopios
incesantes de una memoria que apenas empieza a almacenar sus primeros recuerdos.
Afuera, las calles corren, no paran de correr en una pausada monotonía. Reflejan en los charcos canelos
un cielo cada vez más gris y atemorizante que parece nacer de detrás de las montañas –tan misterioso
es su origen– y se pierde en un horizonte lejano de mar que no abarcan los ojos del niño, quien, sin
embargo, sí alcanza a contemplar cómo se inundan las calles y los charcos con hojas apenas marchitas,
traídas por un viento que agita constante, incompasivamente, los grandes árboles que se alongan sobre
las aceras.
El niño en silencio todo lo observa. Sus ojos ya no son ojos: son oídos, son manos, son murmullos
que buscan sonidos, texturas, palabras para nombrar el mundo desconocido que se asoma a la ventana.
En el patio abandonado precipitadamente, contempla, húmeda y solitaria, su pelota que quedó olvidada
de una mano presurosa que la alcanzase a la ventana que separa los mundos.
El padre se pone la gabardina y el sombrero, se acerca al sillón desde donde el niño vigila la frontera;
le da un beso y se despide. Sale al mundo peligroso y desconocido de nubes y oscuridad, se soledad y
vientos. Tras la ventana, ahora más frontera que nunca, atraviesa la lluvia y el viento como un héroe de
los sueños.
El niño abandona la atalaya, pues el tiempo ya ha empezado a contar. Sin prisa, se sienta sobre el
volquete naranja de un pequeño camión plástico de color amarillo que tiene anudado en la punta una
pequeña cuerda.
Se sitúa tras la puerta y, bajo la lluvia y la tormenta, espera el regreso. Sigue esperando el regreso.
[De El tiempo detenido, Tegueste: Baile del Sol, 2006]
Oswaldo Guerra Sánchez
(Gran Canaria, 1966)
DAGUERROTIPO
Los veo por el raro tragaluz, hablan pausadamente en su lenguaje, prestos quizá a afrontar la medianoche
hacia otro día de duro trabajo.
Saltaré el marco en la oscura neblina por la ventana que el azar escoja. Ciudadano de qué mundo
en la sombra de esta ciudad amarilla en la noche, desconocida urbe donde qué hombres, qué mujeres
sucumbirán al sueño, o deambularán por qué altas calles.
Camino solo pero no estoy solo: llevo los tarecos de la odisea, de cuando crucé los mares en barca.
No veo ni espectáculos nocturnos ni el movimiento veloz de los coches en la urgencia de una noche
alocada. Frío en el aire, paz en los relojes de aquella extraña estación de metal, en espera de que la luz
del día se haga con la de los tenues letreros de tan delicado sabor británico.
Llegará la mañana y el bullicio de personas que jamás vi ni en sueños. Ahora soy uno de ellos, camino
en una nueva urbe: ¿quién abrirá otra ventana, tomará otra foto para devolverme a donde nací?
[De De camino a casa, Madrid: Ediciones La Palma, 2000]

CUASQUÍAS
(Desde el Pie de Tejeda, frente al poblado)
Pequeñas cuevas, unas sobre otras, con enormes portones de madera que sellan un íntimo mundo.
¿Qué guardan dentro, qué de aquellos muertos habrá en estos vivos?
Por la montaña hacia arriba otean toda la vida desde un ínfimo centro de la Tierra.
¿Quién dijo que no miran altas al cielo?
¿Quién dijo que no son suyas las mismas estrellas de la noche?
SITIO ALTO, LUGAR DE LA VIDA
Cerca, muy cerca del aire, del cielo de luz, de la estrellada. Donde pueda ver el camino arqueado del
Sol, la Luna que voltea sobre aquella tierra adherida a mis pies.
Sólo la muerte es nuestra.
Si apoyo la espalda en la pared noto la tierra dura, casi roja. Desde el alba trabajé con la llana para
remar los terrones y alisar el sostén natural de mi nuevo cobijo. Con argamasa de monte.
Buen lugar, pues cerca se alumbra el agua, y allí Natura ahoga la pena de los tristes. Las ramas que
necesito son de la cercanía, pajitas para la cama a que dará forma mi cuerpo...
Puedo atrapar el misterio de la llama, colada por entre las tres piedras, a mis pies, que también ella
pertenece a la tierra, para oscurecer la bóveda con su luz dorada: las viandas darán el olor de dentro y
confundirán el aroma de pólenes de afuera.
[De Montaña de Tauro, Las Palmas de Gran Canaria: Archipliego
(con ilustraciones de Martín Chirino), 2004]
[TAL VEZ PODAMOS DISERTAR CON TINO…]
Tal vez (creo) podamos disertar con tino, por más que nuestras hablas sean tan distantes. No me considero
mejor, amigo, sino tal vez peor. De modo que aquello que leíste, o acaso pronunciaste como si lo
hubieras leído –pues estaba oculto bajo tu brazo–, era en verdad creíble. Pero por efecto de un pequeño
dios, ¿lo recuerdas?, tuvimos (tuve) que llegar a la cordura, pues no sólo creí en aquellas palabras hueras,
sino que quise actuar con ellas. Y ahora me arrepiento.
Escucha.
[De Muerte del ibis, Madrid: Ediciones Vitruvio, 2013]
Verónica García
(Las Palmas de Gran Canaria, 1967)
LA PUERT A DEL PENSAMIENTO
El pensamiento se estira y sin un fin preciso alarga su distancia. El camino se pierde, y al borde encontramos
otras bifurcaciones principales, en apariencia inocentes o ajenas al primer paso, sin saber si

son nuestras o de otros que también vagan construyendo el universo sin forma… [La madeja se enreda,
pierdo el rastro y, de pronto, surge bajo la sombra una señal oscura como parte de un quicio o palos
de madera por los que intuyo la entrada. Los perros la conocen, y la huelen, mas no traspasan su linde
invisible, y se alejan. Veo el aire que bordea la vieja puerta, cómo se adueña del terreno; y las sendas de
tantos pensamientos olvidados son hoy un desierto o campo de fertilidad neutra donde abundan recodos
apacibles que antes constituían el foco de alguna proyección caótica y humana, las angustias que crean
el paisaje, y luego abandonamos a su suerte, creciendo las semillas].
… Donde él pensó que caía al abismo, y ella en recoger su cuerpo, mientras la madre, en una noche
infiel, vio llevarse los muebles del salón a sus hijos ladrones, y el párroco creyó cerrar la puerta para
siempre. Ella, sin levantarse de la cama, supo del día y de aquella exterior angustia, y más, y todos ellos,
poniendo piedras, comenzaron la estructura de un templo abandonado a medias por cansancio u olvido.
Metas sin importancia, que constituyen la ruina, y son el único rastro que nos dice que por aquí pasamos
todos, y cada uno en soledad vivió una vida más real que la otra otorgada, más entera, más consciente
del atajo que lleva el claro del bosque.
[De El universo de los náufragos, Las Palmas de Gran Canaria: El Museo Canario, 2000]
ÁNGEL
¿Habías volado antes o es la primera vez que tu piel siente el frío ascenso?
No es azar sin causa que las alas nos crezcan en la planta del pie o tras la nuca, cada uno ha de equilibrar
su propio vuelo.
Sucede tras una puesta de sol, al pisar un erizo o prolongar el orgasmo: liberados del peso, alejándonos
de los que no gravitan. Conservamos lo humano pero ya no compartimos el exceso de luz cuando
rompe en amarillo (la visión es aquí un poro abierto al blanco, faro en mar de espuma sola).
No se mueven los planetas ni se suceden las horas, sin aire nacemos al diluvio atonal de los eternos.
Estamos en el vapor que antes fue hielo, en la noche de la duna y el libro en blanco. Atravesamos el
corazón de la jungla y caemos, lluvia salada en la herida.
Somos tigres, guerreros del hambre, gargantas cósmicas, amígdalas en Venus, escalofrío de niña que
descubre a Dios en su ombligo.
[De Atonal, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2008]
Pedro Ángel Martín Rodríguez
(La Palma, 1967)
[ESPERAR TUS PALABRAS…]
Morir es no oír más esta música cálida
que está sonando ahora.
Juan Ramón Jiménez
Esperar tus palabras es esperar esa voz de hojas mojadas, de sabor casi doloroso, de vida temprana y
ventanas encendidas que no está hablándome ahora. Es no oír ahora la voz que me inquieta por no oírla,
que me apaga por no oírla. Es oírla de la mano del callar, de la mano del silencio, de la mano sola y cierta
de la distancia infinita. Es no oír ahora la alegría ausente, la nostalgia corpórea, las palabras que busco
debajo de la almohada y quiero acariciar quietas entre mis labios. Es esperar tus palabras mientras vuela la pluma y comprendo que nada hay que comprender, más que 10 que yo sólo sé, el ansia despierta y única de abrirte mi puerta y oír volar y volver las palabras limpias que acaricien mi rostro y vuelvan a
posarse en mis manos siempre abiertas.
[De Las cenizas de Irina, Santa Cruz de Tenerife: OAC-Ayuntamiento de S/C de Tenerife, 2000]
[ME BESATE EN LA BARRA DEL BAR…]
Me besaste en la barra del bar, acercabas los labios a mi boca, tu lengua a mi boca, tu saliva a mi
boca, y bebí de ti la ambrosía denegada, el néctar que fue cubriendo mis huesos, que fue impregnando
mi esqueleto, en la esquina de la barra del bar donde a solas perseguimos el viejo sueño imposible de
creemos dioses inmortales.
[De Compañera, Tegueste: Baile del Sol, 2005]
[¡OTOÑO!]
¡Otoño! Recogemos las estrellas y nos tomamos de la mano, tú con tu sombrero de mediodía azul, yo
conmigo, aire en mi aire, devenir de espumas, navegamos...
[De Retales y otras contradicciones, Tegueste: Baile del Sol, 2006]
[VENGO DE NUEVO…]
Vengo de nuevo a mojar mis pies en tus orillas, para perder la memoria y hacer viejo el tiempo que
ha de ser nunca, la inaudita melodía de este origen sin huellas en sí mismo, el júbilo inexacto que ya no
nos pertenece ni nos termina...
Pienso en el momento cercano de despertar con sed ante tu bello azul y rescatar la esperanza que ya
silba en mis oídos...
Veo un instante la mar y te señalo...
[NO ENTIENDO…]
No entiendo por qué la memoria abraza el temor de seguir buscando en tus restos la ausencia hoy de
lo que fueron sus ojos... El tiempo es una pared vertical, sin regresos, donde perdemos la sed que nace
la vida en otros brazos. Nada suena que no sea presente, ni los pasos al lado de esta mar donde duermo
mis miedos... ¿Viene alguien o te sueño luz fuera de mí?...
[De Barcos de papel, Tegueste: Baile del Sol, 2012]
María José Alemán
(La Laguna, 1967)
LAS GANAS
Ladran los perros en la calle y las motos suenan dentro de la habitación, y siento que esos sonidos me
llaman. Es una llamada antigua. Hace treinta años esos sonidos despertaban mis ganas de salir a la calle,
la callada inquietud de escapar. Los perros aún siguen ladrando.
EL ENCUENTRO
La noche era fría como todas las noches de su ciudad, como las noches de su cuerpo. Caminó hasta
un antiguo convento para ser espectadora de un concierto. Pero era la música quien la llevaba hasta
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28 15
ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
allí. Sabía que era mejor escuchar unas pocas notas, que permanecer sola en la esquina de la mesa de la
cocina, una noche más.
En el patio del convento el jardín le estaba revelando su tranquilo misterio, su secular silencio.
Los músicos esperaban en el escenario. Entre ellos encontró una mirada, que era ajena y suya el mismo
tiempo. Se vio en él como quien se descubre en un espejo imprevisto. Había un dolor compartido y
no dicho. Reconoció al hombre cuya existencia intuía desde siempre. No hizo nada, ni se movió, siquiera
intentó acercarse a él al final del concierto. Sólo se prometió recordarlo, como quien teme olvidarse
de sí mismo.
[De Una familia completa, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2009]
Víctor Álamo de la Rosa
(Santa Cruz de Tenerife, 1969)
PRIMER EJERCICIO DEL ACRÓBATA
Las piernas largas.
Muy.
Tensas. Tersas.
Abiertas por el justo lugar del misterio. En el aire, trazado invisible, la cuerda que va de izquierda a
derecha, de tobillo a tobillo. El funambulista, claro que sonámbulo, transita ese aire surcado de perfumes.
La intuición lo guía y por eso no tiemble.
Las plantas de los pies de ella buscando complicidades en la luna y él, desde arriba, abre los ojos
para ver abajo la rutilación del hervor. Se hunde en la gruta untadora y vuelve del paraíso sabiendo que
encontró el medio, la justa mitad, el lugar, su sitio. El acróbata sonríe desde el espacio entre las piernas
y su alegría vivaracha rebota en los ojos de ella, en los ojos habladores, en los ojos recompensa, en los
ojos también jardineros. El descubrimiento ha sido.
Ha sido.
[De El equilibrista y los jardines, Madrid: La Palma Ediciones, 2013]
Francisco León
(Icod de los Vinos, 1970)
A RING
Como una orquídea de hierba encontrada en una estación de metro, sencilla forma anónima, no podemos
hablar de tu origen, ni de a quién perteneció el círculo brillante de tu belleza, pobre y callada.
¿Puedes acaso decirme qué mano adoraste, como garganta de cisne, en qué aguas heladas, en qué limo
enterraron tu memoria los guijarros? Dinos qué rostros envolviste en la madrugada, inflamados en deseo.
Dinos a la luz de qué lámpara tembló tu plata inmarcesible en la mansión de los bosques. No, no podemos
hablar de tu origen, acaso innoble. Sólo diremos que un día habrás regresado de nuevo conmigo,
entre mis dedos, a estas tierras. Y diré entonces, a quien pregunte, que estuviste conmigo en las costas
de lava negra, en las altas selvas de palmeras, bajo la claridad circular y abierta de otras islas lejanas.
[De Tiempo entero, Palma de Mallorca: Calima, 2002]
HABLA TÁNATOS
Ustedes no son más que semillas, semillas huecas que el hálito sonámbulo de la tarde agita en las
altas flechas de las verjas. Los escucho, hijos míos, y resuenan como un entrechocar de huesos que el
verano cuece en urnas blancas. Salvo ustedes, todo cuanto contemplo es volátil, cambia sin sentido y

perece. Ustedes, hechos de vacío, de residuos fétidos, de la escoria que vuelca el tiempo en los torrentes
secos, en las rambleras muertas, ustedes sin embargo son la expresión conseguida de estos predios. Solo
los dioses habitan el extremo límite de la permanencia, y ustedes lo hacen. Miren ese pájaro que cruza
el aire translúcido en esta hora imperial, ¿no se cumple acaso la perfección de su belleza enteramente en
el dibujo de su cuerpo inerme sobre las losas candentes de nuestra villa remota? Quemadura del plumaje
impresa sobre el mármol, eso es todo. Ligero es este sonido, hijos míos, y sabio. Ligero como el canto
del pino hermoso que se dora en la tarde, sabio como el diapasón de la campana que anuncia en la canícula
los golpes de la azada, ligero y sabio como el aire socavando la hierática aridez de nuestras huertas.
Ustedes no son más que semillas, hijos míos, el germen provisorio de nuestro sueño.
[De Terraria, Barcelona: La Garúa, 2006]
[YO QUERÍA SACIAR MI SED…]
Yo quería saciar mi sed, la sed de la boca y del ojo. La sed interior del cuerpo. El libro de la tierra es
el libro sagrado, pero también es el libro del cuerpo, y el cuerpo, indescifrable lo mismo que una flor, es
una fibra más de la gran red, forma extrema del nudo divino, escritura del mundo. Y esta red de fuego
es el pensamiento generador del dios. El pintor lo sabía. Sus pinturas aún lo dicen bajo el calor extinto
del atardecer. La ventana está abierta. Oigo las cigarras, el rumor de sus cantos que se elevan hacia el
cielo nocturno.
[De Dos mundos, Madrid: Huerga y Fierro, 2006]
HERACLES LOCO
Cada pueblo se forja su destino, y sus
enemigos no le hacen cuanto le hace
su locura.
máxima cretense
Me acuerdo de ti muchas veces. A menudo paseo frente a un atienda próxima mi casa, y contemplo las
máscaras talladas en ébano, que tanto te gustaban: el Rey Papú, la faz de Tu-Tu, y la fiera ganchuda de
colmillos curvados. Y entonces con vergüenza, recuerdo que le adeudo a tu madre una carta y un regalo,
y que tú seguirás ocupada en tus trasiegos por las Cícladas brillantes, perdiendo poco a poco la memoria.
A veces he soñado que sigo navegando en el Anna Marú hacia mares sensibles, oyendo la agonía de los
émbolos marinos y, arriba, las poleas rechinantes del calor, que me volvieron loco aquel verano. Veo entonces
que la claridad se levanta como en una visión formidable y que tú me persigues de isla en isla, a
lomos de un delfín con sonrisa de koré. Después, justo a mediodía, armas tu arco con una hebra del sol, y
ya eres la Artemisa partena, de brazos longuilíneos, y me lanzas un dardo directo a mi talón. Y entonces
me despierto de nuevo en el tumulto de este mundo. Sigo soñando con Grecia, como ves. A los pocos días
después de regresar, me sentí herido como un pájaro y me quedé ovillado en el tablero del postigo, aguardando
la narcosis de otro invierno. Pero tuve suerte y cayó en mis manaos El coloso de Marusi, de Henri
Miller, de quien tanto te hablé. Me bebí sus locuras a borbotones, como se sorbe en el cuello rebanado la
sangre tibia del cordero. Creo que así bebía el gran Katsimbalis el jugo de la vida, trepando por los muros
de la Acrópolis para cantar un misterio. Hubiera dado cualquier cosa para escuchar contigo, en el amanecer
de Atenas, su kikirikí blasfemo. Dicen que todos los gallos del Ática le contestaban un eleison metafísico
que desbordaba las fronteras más allá de Tesalónica. Sigo soñando con Grecia, como ves. Pero era un vino
demasiado negro tu patria, como un anoche a la deriva por las constelaciones infinitas donde vagan los
mitos olvidados, los muertos y sus huesos. Y ningún hombre puede vivir tanto tiempo dejado de sí mismo,
alimentado tan sólo por visiones, en perpetua deriva por todo ese espacio vacante de videncia y dolor salvajes.
Me acuerdo de ti, y muchas veces, paseando con sentido en mi pecho la zozobra de saber que jamás
volveremos a vernos. Ya sabes la leyenda del buen Heracles, al que volvió loco el capricho de tus dioses.
Yo creo que fue castigado para salvarlo de sí mismo y sus potencias, pues no había final en sus delirios.

Quiero pensar que tal vez, muy pronto, me concedan a mí también el don de la locura y acaso juntamente
la dicha del olvido, porque así habrá un día en que ya no recuerde haber amado a Grecia unos instantes, ni
haber bebido en tu hombro joven la linfa de las vírgenes de Kíos. Nada habrá existido cuando llegue esa
hora, ni nada habré perdido entonces, y poco importará que luego me consuman las furias de mis nervios.
[De Heracles loco y otros poemas, Madrid: Ediciones La Palma, 2012]
Alejandro Krawietz
(Santa Cruz de Tenerife, 1970)
[PEGADA A LA TIERRA…]
Pegada a la tierra, humillada, arrastrada por el suelo como un reptil maldito por los dioses. Así esta
luz, bajo el ennegrecimiento sin sorpresa del día. Enciende las ramas sin hojas de los árboles, satura el
verde de los prados, levanta leves paredes rosadas sobre la faz aquietada de las aguas. Y en ningún lugar
asoma el color verdadero de la tierra.
Para unos minutos de luz oblicua, toda una vida de penumbras.
[RESTABLECE LA ALIANZA…]
Restablece la alianza entre el mundo y el tamaño de tu cuerpo y de tus manos. Ni uno sólo de los
dardos que horadan tus ojos y tus brazos ha logrado que pronuncies palabras verdaderas.
Velas, cirios encendidos, en la ermita desierta. Respiras, aguda llama, para qué hombres, con qué
ofrendas. Toca, la llama, en la luz de la llama, una oscuridad más secreta que la propia luz. Las velas
encendidas hace días, respirando, bebiendo el aire, sin que ningún peregrino se acerque al lugar para
buscar la paz del espíritu.
[De Memoria de la luz (1996-1999), Santa Cruz de Tenerife: Servicio de publicaciones de la Caja
General de Ahorros de Canarias, 2003]
[EL SOL DE LOS MUERTOS…]
El sol de los muertos en esa vocación del aire por ser fruto. Alianza entre el aire y la visión: sosiego
que se enseña a sí mismo hasta el silencio.
Viento de luz que nada esparce y que solo mueve las ramas de las palmas en lo alto de las terrazas.
Tiempo de tregua en que los dioses destructores y los dioses constructores se sientan a la misma mesa
para compartir el mismo pan robado a los hombres.
[EN EL ATARDECER…]
En el atardecer, aquí, en esta plaza en que lenguaje y ojo muerte se acechan, la luz es la carne de las
cosas. Todo es reunión, celebración de una verdad que se encuentra en el revés de las conquistas del
tiempo. Desde lo alto de las terrazas, la respiración del barranco, del aire, del agua, de la luz vuelve,
como si fuera para siempre, al fuego, al agua, al aire, a la tierra, una única materia interminable.
[De En la orilla del aire seguido de Ascensión, Las Palmas de Gran Canaria: Ultramarino, 2006]
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas d 18 e Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28
Benigno León Felipe
Rafa el-José Díaz
(Santa Cruz de Tenerife, 1971)
[LAS CENIZAS DE MI HERMANO…]
Las cenizas de mi hermano muerto en este reloj. Cómo tocar con el soplo lo que está protegido por
el cristal. Y, sin embargo, en las horas sin sombra, se diría que el cuerpo de ceniza de mi hermano gira,
experimenta una tensa agitación en el interior del reloj. En realidad es sólo un puñado de cenizas que
responde, tal vez, a una imperceptible vibración de mi mesa. Pero en ellas veo a mi hermano, y deseo
soplar sobre su cuerpo, entrar de algún modo en ese lugar cerrado que ahora ocupa. Las cenizas se deslizan
lentamente por el orificio minúsculo que une y desune las dos cavidades idénticas. No dejo nunca
que se acumulen todas en el fondo, giro el reloj para que su movimiento de trasvase se perpetúe. A veces,
al final de la noche, creo que mi soplo logra traspasar el cristal.
[1991-1994]
[De Detrás de tu nombre, Santa Cruz de Tenerife: CajaCanarias, 2009]
[REGRESABA, PERO NO RECUERDO…]
Regresaba, pero no recuerdo de dónde. Fue ayer, pero podría haber ocurrido hace años, tan imborrable
me parece la imagen. Fui testigo de una conjunción azarosa, pero el azar (lo han dicho otros, y mejor)
es solo el nombre que damos a un destino enigmático. Me detuve en plena calle a mirar el cielo, pero no
sentía ser yo, ni sentía haber calle ni ojo ni piernas ni cielo. Vi el resplandor de una luna rozar el borde
de unas nubes, y cómo las nubes se desplazaban y la luna brillaba entera rodeada de nubes, y cómo luego
las nubes la cubrían de nuevo en su deriva nocturna.
Pero tal vez no he visto nada y es solo la palabra que sueña.
[EN CÍRCULOS, INQUIETAS, EN TORNO A UN ÁRBOL…]
En círculos, inquietas, en torno a un árbol, por delante de mi rostro, entre el árbol y el rostro, atrevidas,
incautas, a veces invisibles de tan rápidas, en el silencio de la naciente oscuridad, sólo interrumpido
por el ruido atenuado de los coches al dar la curva entre los dos lados del barranco, proyectadas como
pequeños bumerangs negros, pájaros del atardecer, pájaros oscuros que se enfrentan, atemorizados, con
la oscuridad de su pequeño cuerpo a la oscuridad indetenible, lenta, voraz.
Golondrinas. Golondrinas que vuelan alrededor de un árbol cuando empieza la noche, y que he venido
hoy a ver por segundo día consecutivo. ¿Ocurrirá también mañana? ¿He descubierto un ritual diario con el
que estos pequeños pájaros buscan aplacar el hambre inmensa de la noche por devorarlos, por devorarnos?
O tal vez se trate solo de un juego, de una gimnasia sin trasfondo, de un hábito instintivo, de una exhibición
previa a los apareamientos. Ignorarlo todo, en este caso, no es saberlo todo, pero tampoco es no saber nada.
Sé, para empezar, oscuramente, que cuando las golondrinas se abalanzan hacia el árbol que rodean en un
parpadeo saben también que yo estoy ahí. Qué saben al saber esto no lo sé, pero sé que lo saben. Algunas
pasan muy cerca de mi cara, y luego tienen que dar un giro más amplio para alcanzar el otro lado del árbol
que las devuelve a su punto de partida (¿algún nido colectivo?). No siento ningún temor de que me rocen,
pero llego a pensar en las consecuencias de su impacto, en la sangre de su cuerpo aún tibio chorreando por
mis mejillas, por mis párpados. Pienso –pero siempre fríamente, sin miedo– en la diferencia entre el dolor
que yo sentiría y el que sentiría ella, más frágil, en el momento del impacto. Pero sobre este pensamiento
pasan enseguida los gritos insistentes y tranquilizadores de unos seres que, aunque parezca imposible,
están ahí para salvarnos. No será fácil que lo consigan, pues es inmenso el peso que soportan, la losa
inconmensurable del tiempo que pende oscura sobre nuestras cabezas, pero ellos, esos pájaros acróbatas,
han salido con toda su pureza, con su agilidad casi milagrosa y con el reclamo de sus voces infantiles en
busca de lo imposible.

Yo me he detenido hoy a verlos, como ayer, mientras las últimas nubes aún visibles empiezan a diluirse
en la oscuridad.
[UNA LUNA AMARILLA SOBRE...]
Una luna amarilla sobre el horizonte, fugazmente vista desde la carretera, señaló hoy el comienzo
de la noche: disco dorado en el umbral del secreto. Horas más tarde, mientras bajaba hasta el mar, pude
verla mejor: se había transformado ya en un ojo blanco, y su pupila esparcida sobre la vívida luz llamaba
desde el sueño a las pupilas que la contemplaban. Y al llegar a la Playa de Vargas, toda aquella luz flotaba
sobre el mar, trazando un sendero entre el agua y el cielo. El monje que no soy, junto al mar, en la
noche, no encontraba ninguna palabra capaz de temblar como esa luz, acordada, al unísono, sin mancha,
sin sombra, sin fatiga. Buscaba esas palabras junto al sendero de plata en el que sólo se oía un canto sin
palabras, una música leída en la hipnótica partitura de las olas. Vaivén, vaivén, barcarola y vaivén en el
que el sueño del mar era acunado por la muerte de todas las palabras.
[De Antes del eclipse, Valencia: Pre-Textos, 2007]
Goretti Ramírez
(Santa Cruz de Tenerife, 1971)
[LAS ARENAS ERAN BLANCAS...]
Las arenas eran blancas. Caminaba por ellas como por los bordes de un sueño remoto, que me fuera
ya ajeno. El vacío de mis pies iba dibujando unas huellas también blancas. A veces me detenía a observar
esas huellas, como si en ellas se pudieran leer aún los signos de una escritura muy antigua. Después
seguía caminando con mi sombra adónde. Otras veces, cuando estaba ya muy cansada, me detenía para
escribir letras sobre las arenas. Pasaba mucho tiempo observando cómo el viento las borraba poco a
poco. Después trazaba un círculo, y en su centro exacto me sentaba a esperar.
[ME DESNUDÉ Y BAJÉ A LAS AGUAS...]
Me desnudé y bajé a las aguas, para el baño. Bastó con sumergir mi cuerpo para que apareciera el
pez. Quise atraparlo pero era ágil, alargado. Entonces empezamos a nadar juntos. (Yo también era ágil.)
Nadamos en círculo bastante tiempo. A veces el pez nada delante de mí, y a veces detrás. Otras veces
entraba hondo en mi cuerpo y salía de él como deslizándose, y yo respiraba rítmicamente cada vez que
entraba y salía y en cada uno de los dos momentos de mi respiración me abría y cerraba coincidiendo
también con su entrada y su salida de mi cuerpo. Finalmente el pez nadó lejos. Mi sangre riñó de rojo
las aguas.
[De El lugar, Tenerife: Paradiso Ediciones, 2000]
[ELLA VIGILA DESDE...]
Ella vigila desde algún repliegue de mi útero, la gemela. No sé cómo sucedió: yo logré salir afuera,
pero ella se ahogó en mi cuerpo. Desde entonces quedamos separadas, aunque estamos siempre juntas.
A veces la siento respirar o moverse apenas en su reclusión. Entonces ideo enigmas irresolubles: si ha
de nacer, si yo he de ahogarme en ella ese día.
La casa es fría y oscura, y vivo sola. También ella vive sola, y en lo oscuro. Ahora duermo. Sueño
que nado a través de una extensión sin fin de sangre, con la esperanza de volver a encontrarme algún día
con ella, la gemela.
[De La llamada, Tenerife: Col. La playa del ojo, 2004]
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas d 20 e Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28
Benigno León Felipe
Alejandro Rodríguez-Refojo
(La Laguna, 1972)
[EL MUELLE NEGRO…]
El muelle negro, las aguas azuladas y verdosas del mar, el día despejado y limpio, cuyo vigor anuncia
la llegada del verano, la nube quieta y solitaria, en el centro del cielo. Tras el baño balsámico, la palabra
justa del sol, el sello blanco de la sal sobre la piel, los pescadores que calafatean sus barcas en la cala,
y la conversación de las muchachas que «corren alegres entre las columnas». (Qué lejano e incomprensible
me parece ahora el dolor reciente, como si fuera otro el que descansa aquí tendido en la toalla.)
Pero es la nube, que luce arriba su blancura casi al alcance de mis manos, entre la noche oscura del
espacio y la noche del cuerpo y la materia, la que pulsa el sentido de lo visible radical. Me complace
escucharla largamente, seguir su lenta evolución, los cambios en su forma y su volumen. La calma de
la esfera en que se mueve permite su demora, su serena deriva sobre una línea imperceptible del cielo.
¿Estoy mirándola porque ya la he visto? Pudiera ser la nube blanca del pintor o del poeta; pero ésta no:
ésta parece haberse concebido sólo para este instante. Su soledad en el espacio azul del mediodía luminoso
de junio.
[HACER DE LA ESCRITURA…]
Hacer de la escritura un ejercicio constante de la humildad del yo.
[ESTAMOS MUERTOS…]
Estamos muertos, y no sabemos.
Vago por las calles en estos días infernales de Navidad, cambio de dirección cada cierto tiempo,
vuelvo sobre mis pasos, o súbito me voy tras una nariz bizarra, una manera peculiar de caminar, unos
hombros cansados o descubiertos, y a veces miro largamente (hasta que acaban dándose cuenta) las
caras de los que miran los objetos, y veo el brillo frío de éstos en sus ojos, el brillo del cristal que les
confiere un halo de poder. Pero lo que se esconde, aquí y ahora, en lo visible, no parece brillar bajo la
forma del poder. Por eso la mujer asomada a la ventana de la casa McKay nos observa extrañada, y por
eso también el diminuto bosquecillo de verodes del balcón semeja una escultura de bronce bajo la luz
oblicua de la tarde.
Estamos muertos, sí, pero no lo sabemos. Las madres acarrean a sus niños, y no lo saben, y los padres
orgullosos de haberlas salvado ignoran su impotencia, no saben del combate con la luz, no saben
de los pájaros que mueren a ciertas horas de la noche, de la necesidad humana de imprimir a las nubes
un sentido correcto, del obsceno semidesnudo de las flores enredadas en la verja de la iglesia, cuyo olor
podría volver loco a un santo.
Si supiéramos que estamos muertos, quizá entonces, como sugiere ese inquietante personaje de La
dolce vita, podamos vivir en la anarquía de un presente continuo, sin la angustiosa necesidad de imprimir
una dirección concreta a nuestra vida. Pues ¿qué puede temer un hombre si es el azar quien lo
gobierna, y no hay forma de prever nada de modo cierto?
[DEBO APRENDER A ODIAR…]
Debo aprender a odiar. El amor que no ha sido nutrido por el odio en algún momento de la vida está
vacío de sustancia, como el de un ideal que no hubiera arraigado en la sanagre que abona la tierra. El
odio me hace amar a los demás; encierra en sí un potencial creador que debo conocer. Debo aprender
para sobrevivir.
[De Cuaderno de apuntes, Canarias: Léucade, 2011]
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28 21
ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
Roberto García de Mesa
(Santa Cruz de Tenerife, 1973)
[NUBES]
1
La luz esconde mi espacio. Esa nube es una luz intermitente que hace desaparecer la luz.
2
La nube limita su movimiento, se recrea en la observación, pulsaba otros mundos.
3
Joven ataúd la nube, corazón de tierra expuesto a la luz.
4
Las bandas de gaviotas, crisálidas cuando se hacen pétalos para las nubes.
5
La mariposa teje su movimiento sobre los pétalos de una flor. La flor escucha el lagrimeo de sus alas.
La mariposa seduce a la flor como las nubes al crepúsculo.
6
Mi isla se ha partido en dos. Dos ancianos fijan su límite en las nubes.
[De La casa azul, en Poesía 1(Los circuitos planetarios), Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea,
2006]
[LA CIUDADELA DEL ACANTILADO…]
La ciudadela del acantilado se sumerge en las estrellas. Arriba abajo las coordenadas dúctiles del
tiempo. De espuma el sudor de los rascacielos. A gran velocidad el hálito de las calles: sus túneles de
opio: las bocas eructando humo… se han perdido. He tropezado con la niebla. Las ratas recuerdan los
zapatos que me mueven: espejo y tiempo de lo absurdo.
[De El anillo pendular [Bocetos para una poética del espacio], en Poesía 2, Santa Cruz de Tenerife:
Ediciones Idea, 2006]
[CUANDO LA POESÍA ES MIEDO…]
Cuando la poesía es miedo… fijar, fijarse. Recuerdo a José ángel Valente: «estar aterrado es estar
completamente lleno de tierra». No retengo mi libertad sin el temor a convertirme en mínima experiencia.
Mi amigo Miguel Ángel Galindo pudiera completarme: «He soñado aquel desfiladero en que mi
cuello era / La palabra abrasada de la madre».
[De Memorias de un objeto, en Poesía 2, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2006]
[LAS VIDRIERAS DIVIDEN…]
Las vidrieras dividen la sala entre dos pasados. El maestro de la biblioteca respira las palabras de la
antigüedad.
El discípulo construye la sombra de su maestro.
[De Los pájaros invisibles, en Poesía 3, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2006]

[A VECES, LAS METÁFORAS…]
A veces, las metáforas sospechan de mí porque soy un recipiente preparado para la melancolía. Hay
quien no cree en estas cosas. Lo entiendo. Pero es que la luz de mis manos va apagándose poco a poco.
Y los minutos desesperan, se escuchan ya los murmullos del aire. La naturaleza prepara una gran conspiración.
Lo sé. No hay nada mejor que ignorado todo. Lo sé. Pero este espacio que gobierna las luces
y las sombras, a veces, me dice cosas. Me dice que es difícil llegar a tiempo porque todo está perdido
de antemano. Porque la línea huracanada, con la que pinto todos los días la imagen de mi vida, me ha
marcado una dirección confusa. Y me siento un estúpido por ello. Lo sé, lo sé... Llegaré con las maletas
deshechas, sin zapatos y con la camisa por fuera. Mi borrachera durará eternamente.
[De Retórica, en Los cuerpos remotos, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2012]
[VERÁS LOS JUEGOS POLÍTICOS…]
Verás los juegos políticos desde tu seguro rincón de tela. Verás el teatrillo de los buenos modales desde
un lugar secreto, lleno de dicha por ser alguien maduro y perverso a la vez. Verás tu cadáver pasearse
delante de tu casa. Le saludarás y mañana será otro día.
Conozco una enfermedad que oprime los ojos, que irrita las órbitas mentales. Esta enfermedad se
llama silencio y oculta en su interior la crisis que honra a todo hombre.
Quien huye de sí mismo, trata de buscar desesperadamente algo que le sustente la vida: Un aire, una
gloria efímera. Pero no. Es el recuerdo fugaz que se mantiene invicto. El recuerdo inalcanzable y el
futuro incierto. Es justo. La existencia es para los perdedores.
[De Los cuerpos remotos, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2012]
Miguel Ángel Galindo
(Adeje, 1973)
[LA ESCRITURA ES EL RODAJE…]
La escritura es el rodaje brutal de los símbolos, un territorio marcado por las pesadas denébolas que
celebran las perspectivas de su rapto. Paisaje con frutos descollados, pisoteados por ruedas de carrozas.
Tiempo.
Un crimen reanuda el peso de la vergüenza. Las enzimas de la felicidad estallan en perfecto orden. La
poetisa se desnuda, se arranca los siglos de carne blanca. Germina la otredad, las cóleras que no llegan
a distraerse con las alucinaciones del tapir.
[Soñé otro tiempo].
[LA MUERTE, RODEADA…]
La muerte, rodeada de murmullos & detritos, transcurre con turbulenta normalidad.
[UNA ACTRIZ DESCONOCIDA…]
Una actriz desconocida se pinta la lengua. Mezcla azules en el beige. Extiende celosamente los retabas
sobre las magdalenas dulzonas de Rosselli.

Milagro.
Un poeta da a luz en un despacho abandonado. No sabe qué verbos encienden la pólvora. Se acurruca
como los animales. Piensa los nombres o la nada.
El poeta, hundido en el sexo de la actriz, envejece más rápido que los santos.
[Imprecisión. Nota en el cuerpo].
Yo también rezo de cuclillas, acariciando una & otra vez el repoblado tesallón de los surrealistas.
[De La carne & los lirios, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2007]

Alfonso Domingo Quintero (Santa Cruz de Tenerife, 1973)

[LA SOLA GOTA TRANSLÚCIDA…]
La sola gota translúcida del día cae del ventanal de la cabaña, en la esquina iluminada por el sol limpio de diciembre. Las últimas lluvias han bañado el alto de las montañas, desde donde vienen, entre las laderas de un pinar amaneciente, los vientos puros y frescos del invierno, bajo un cielo plenamente azul, sólo oculto ligeramente por las nubes blancas, ágiles y fugaces hacia las que va el vuelo, a veces circular, de las palomas. El valle húmedo y rojizo deja de percibir la magnitud de lo que esconde el silencio, sólo interrumpido por el roce de las hojas en el aire. Algunos pájaros azules en el suelo negro y rojizo de pinocha. La escarcha pinta trazos blancos en la tierra, mientras los rayos del sol pasan lentamente sobre las piedras calizas que surcan los límites inaccesibles de los barrancos, y el gran árbol empieza a extender su sombra por encima del cobertizo deshabitado de madera, en las primeras horas de una mañana reciente y esperada.
ORIGEN
Se escriben los trazos de los signos sobre el papel o la piedra; en el agua, en el aire, en el fuego. Desde la peña se ve la sustancia del origen, la secreta forma del lenguaje.
Sigue el sol cenital sobre el pinar.
[De Huella, en Insulario menor, Tegueste: Baile del Sol, 2014]
LA PLAYA
El cielo es hondo y denso. Una luz atraviesa la tarde. El viento del sur barre la arena de la playa castigando a los bañistas. Los muchachos se encogen para protegerse. El murmullo de la isla lo cerca todo como el aire. Brilla la luz de cobre sobre las barandillas del paseo marítimo. Las sombras se disponen hacia la orilla. El sol borra todo lo que está a mi espalda. Sentado contra la luz, el cuaderno se llena de arena. Lejos aparecen peñascos encendidos.
[De Cuaderno de la grava, en Insulario menor, Tegueste: Baile del Sol, 2014]
INSCRIPCIONES DEL DÍA
He venido a visitar el jardín, a sentarme en el banco que está tras la senda invadida a trechos por
las zarzas y los rosales punzantes. En el lugar secreto se encienden las salas de los signos: mi libro de
poetas predilectos. Ante ti, su mausoleo y el canto mínimo de pájaros antiguos, la música más necesaria. Ahora el día se hace más ilustre, más ameno. Aprendo las palabras de lo inusitado. Empieza la fragilidad de lo sensible, sus tornadizos giros de sol, la plenitud vertical del cielo, su pradera incandescente.Mi crucial desconocimiento de la armonía. Pasa un sueño de grafías, viejo lenguaje de la adolescencia y su entusiasmo. El mundo no adivina su sentido, los exégetas celebran otras formas. Allí es tan sólo un jeroglífico en piedras muertas. Laberinto incomprendido del orfebre. Variaciones ocultas. Siento la condición inestable de la estación: aire, viento, brisa. Frío. Calla el crepúsculo. Sigues leyendo. Debes volver. Luminarias y sólida oscuridad.
[De Inscripciones del día, en Insulario menor, Tegueste: Baile del Sol, 2014]
Maiki Martín Francisco
(Santa Cruz de la Palma, 1974)
[TAL VEZ SÓLO PATALETAS DE NIÑA…]
Tal vez sólo pataletas de niña mimosa, o una profunda soledad, un silencio inaudito en medio del ruido
cotidiano. O tal vez es lo que necesito, y estos cambios de tiempo en el carácter no son más que una
manifestación de las formas del ser. Pero todo exaspera, conduce a querer desaparecer, a cortar el guante
blanco que aprieta, cuando en el fondo sólo es un día más, acumulado, un agobio tan mío, tan humano,
que no me permito, O simplemente es que no quiero avanzar por donde lo he hecho, porque no quiero
comenzar. Pero ¿y volver? Todo el pasado ahora me parece encharcado, lleno de tinta.
[SUCEDE TAMBIÉN…]
Sucede también que a veces hay mujeres que lloran en los taxis o una niña se desespera de la mano
de su madre y yo ando sonriéndole a la vida para no sentido, para tratar de impedir el miedo a perderlo
todo, a que esta vez sea yo la que llore en el taxi pidiendo a gritos que cambie un poquito algo, que no
todo sea tan seco.
[De Y si me declaro inconveniente, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2008]
Isidro Hernández
(Santa Cruz de Tenerife, 1975)
CALLE MAX JACOB
Sí, encontré al Centauro. Se hallaba en un camino de Bretaña. La fronda, caprichosa y sombría, se
esparcía por las laderas. Era de color café con leche; los ojos concupiscentes y su grupa más parecida a la
cola de una serpiente que al lomo de un caballo. Estaba demasiado cansado como para hablarle, y mi familia
nos miraba desde lejos, más sorprendida que yo. ¡Ah, sol! Cuántos misterios revelas a tu alrededor.
ESCENA INESPERADA
En la estación de Quimper, el insomne espesor de los minutos deja el aire cargado de ausencias y
hay voces detrás de cada gesto, de cada despedida, cada abrazo. La muchacha de la ventanilla zozobra
su mirada en la llovizna que empapa mi sombrero. Lentas como el mirar pasan las nubes y en silencio
pregunto qué susurra el latir de sus pupilas, sus veinte años de niña adolescencia que no saben decirme
a quién espero y se pierden tras los raíles invisibles de una tarde en calma.
¿Acaso murmuran sus labios que fuimos amantes en otra vida idéntica a esta vida, en otra tarde
idéntica a esta tarde?
ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28 25
[PÁRAMO DE SOLEDAD…]
Páramo de soledad sin huestes.
Cada noche desciendo al corazón en que yaces y rocío contigo tu silencio.
Todo es allí distinto a este letargo lento, aunque otras muchas crisálidas de ti me hablen y me enreden
en un lino de sueños, en tus días innumerables, venideros.
[De El ciego del alba, Valencia: Pre-Textos, 2007]
Bruno Mesa
(Santa Cruz de Tenerife, 1975)
LA ESCALERA
Dentro de un inmenso ojo ciego duerme un hombre que vive cada noche el mismo sueño. Un día, al
despertar, toma un papel y escribe ese sueño, quizá para librarse de esa absurda repetición.
Hasta mis manos ha llegado ese extraño papel después de vencer épocas y a la burocracia, a la hoguera
de los siglos y al hielo del olvido, y a través de otras manos no menos irreales. El texto, que yo
juzgo trivial, dice así:
«Dentro de aquel extraño ojo –que recuerdo haber entrevisto en el invierno de 1492 y que sin embargo
nunca existió– duerme un ojo ciego. Ninguno de los dos es real, ninguno imaginario.
Hay un desierto infinito que esconde otro desierto no menos dilatado, y hay una calle en Santa Cruz,
en el barrio de Miramar, que esconde un abismo donde quizá aún se escuche el eco de las últimas palabras
de una madre.
Hay una isla que no existe y que sin embargo señalan los mapas, y una mente que busca in descanso
entre los libros preguntas y respuestas, todas absurdas y todas aceptables, y que esconde otra mente en
su interior no menos insaciable y paradójica. Hay un marinero que esconde un océano, y una bailarina
que oculta un teatro incendiado, y un desierto que cultiva la sed y un grito que invita al silencio.
Yo, el último de los hombres, bajaré la escalera que me separa de la nada, y encada peldaño veré el
rostro de cada hombre. Yo sé que los peldaños son infinitos, como la noche, y por tanto que el final no
existe, y que realmente no desciendo sino que estoy inmóvil, contemplando mi rostro reflejado en un
espejo, soñando un ojo y una calle y un desierto, y quizá soñando estas palabras que nunca existieron.»
[De El laboratorio, Madrid: Visor, 2000]
[ME HABLAN DE POLÍTICA…]
Me hablan de política, de catástrofes, de injusticias y de guerras. Pero yo no siento nada. Ésa es mi
actitud política. Sé lo que admiro y lo que desprecio, pero me he liberado de ese mundo para poder
sobrevivir.
Mi universo es otro, y su tamaño es minúsculo. No creo en el todo, sólo creo en lo concreto, en lo
palpable, en lo nimio y frágil. Esa piedra que un joven patea por la acera tiene más sentido para mí que
todas las verdades que llenan los periódicos.
Me voy con la piedra y con el joven, hasta el final de la calle.
[VIENE LA BRISA…]
Viene la brisa para convertir la cortina en vela. Me voy en ese barco.
El mar son las palabras.
[De El libro de Fabio Montes, Madrid: Ediciones La Palma, 2010]

Iván Cabrera Cartaya
(Tenerife, 1980)
[UNA MANO ESCRIBE…]
Una mano escribe y la otra se adhiere a ello. Imaginar un lenguaje es como encontrar un camino
nuevo que nadie se atreve a hacer contigo. Será como nadar, ya para siempre, en la playa más difícil y
más limpia: La playa que se gana bordeando los acantilados, hiriéndonos las rodillas, sorteando la sed
del precipicio, la humedad del límite.
Una mano dibuja y la otra contempla, y en el centro de lo negro hay un trazo equivocado, indócil, que
nos lleva a otra parte. Una mano se abisma y la otra retrocede, temerosa: Es la mano instruida.
[ESTOY MIRANDO…]
Estoy mirando una pared llena de luz; pero no veo bien la superficie, ni lo que existe en ella. Acaso
nada en esa superficie pueda representar algo que tenga sentido para mí.
Busqué al pintor. Por la inclinación de la luz, elegí una hora, quizá las seis de la tarde. Quería preguntarle,
saber si el color, el tiempo de aquellas paredes, de aquel camino era real o una ensoñación
de la mente, un paisaje recordado. Sí, quería mirar sus ojos y entender allí. Quería saber cómo había
descubierto, elegido, encontrado aquel instante lleno: Si era una intuición, un método, una técnica o una
súbita iluminación. Cómo se aprende a seleccionar un momento para reunificarlos todos en un concreto
espacio. Cómo se contuvo para no devorar la sensualidad de lo pintado y ofrecerla. No sé cuánto tiempo
estuve, sin hablar con nadie, sediento, subiendo y bajando el camino de Marzagán.
[De Fragmentos de sentido, Icod (Tenerife): Casa-Museo Emeterio Gutiérrez Albelo, 2006]
LA PRESUNCIÓN
Espero. Ahora soy la espera de una llegada. Soy un anhelo y una presunción. Un presentimiento no
es una costumbre, y la emoción que siento no es como los afluentes y los ríos negros, que se cruzan y
se unen en un delta solo. Soy como el mar a donde regresa la nube sencilla; pero espero otro mar, que
es ajeno y parte mía. Va a llegar en cualquier momento y no es la luna; pero como un animal egipcio,
hecho de mar y carne luminosa.
[De Bajo el cielo innumerable, Las Palmas de Gran Canaria: Casa-Museo Tomás Morales, 2007]
[LANCELOT, LEMNOS]
Desolado en esta tierra, herido. Esperando sólo la muerte que tiene cualquier animal sobre el acantilado,
pasto de aves rapaces. Mientras miro sobre los páramos las llanuras despojadas del desierto, la
hubara que protege a sus polluelos, el campo que se extiende, la posición antigua del volcán.
Inadvertidas, los lagartos devoran flores amarillas y cada ser tiene su espera de más vida en la muerte
de otro. El alcaudón vigila su alimento, taimado, sobre los espinos. El halcón, el cernícalo, los cuervos
(...) sobrevuelan un cielo de verano que no entrega la lluvia, la esperanza.
Paradigma de compasión, ejemplo de temor para conciencias, seres que irán sucediéndose, secretos,
en los intersticios invisibles del tiempo, en los múltiples espacios. Presiento la llegada de los hombres,
intuyo ese diálogo engañoso, aquí, en el destierro, mientras me duelo de una herida más vieja que mi
carne.
ÚLTIMA POESÍA EN PROSA EN CANARIAS (2000-2015)
Anuario de Estudios Atlánticos
ISSN 2386-5571, Las Palmas de Gran Canaria. España (2017), núm. 63: 063-020, pp. 1-28 27
LOS VIAJEROS
Vamos en una barca, sobre las aguas quietísimas, abandonados en la caravana del atardecer. Somos
unos cuantos amigos que aún no hemos aceptado nuestros nombres. En la hora sedienta, callamos hondamente
sobre la profundidad de los siglos. Apenas sí nos inquieta un horizonte indeterminado; pero
nadie sabe lo que nos aguarda. En el silencio, la muerte es una fantasía dulce y cada uno está solo, muy
solo, encendiéndose en medio del mundo.
[De Cariátides, Huelva: Diputación Provincial de Huelva, 2007]
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Benigno León Felipe
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martes, 7 de marzo de 2017

El relato corto y su limbo literario / Alfonso Domingo Quintero

El relato corto y su limbo literario / por Alfonso Domingo Quintero
El Premio Nacional de Narrativa de este año ha recaído en Cristina Fernández Cubas por su libro La habitación de Nona. De esta manera parece revalorizarse el relato corto. Esta misma autora viene defendiendo la autonomía y el vigor de este género literario desde el inicio de su carrera. Para comprobarlo, solo hay que consultar la hemeroteca.
            Pero es así, parecía que este género necesitaba de un premio prestigioso para que lo aprendiéramos a valorar. Un halo de sospecha se había cernido sobre el relato corto desde que la generación del 50 lo entendiera como una manera de llegar a la novela, género que goza de todos los parabienes de la crítica, mientras el relato corto malvive denostado por las editoriales, a no ser que seas un escritor consagrado. De este modo, se citaba a Carmen Martín Gaite como paradigma de novelista que había cultivado el relato como camino para llegar a la novela, en menoscabando de su quehacer como cuentista, siendo esta producción de lo más interesante; y se olvidaba, por otro lado, a Ignacio Aldecoa que debe su fama a sus relatos cortos, aunque también ha escrito novelas como Parte de una historia que, como es sabido, transcurre en La Graciosa.
            Más allá de esta controversia, la de valorar el relato corto como género literario, lo cierto es que este nace con piezas de grandísima madurez como los relatos que forman parte de Las mil y una noche, Calila e Dimna o, en ya pleno castellano, El conde Lucanor de don Juan Manuel; y surca la historia de la literatura con hitos como Ficciones de Jorge Luis Borges.
            El relato corto, además, tiene la maravillosa cualidad de vivir siempre en el presente para el lector. Los relatos no envejecen porque su estructura no ha variado con el paso de los siglos. Es el caso de «De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Yllán, el gran maestro de Toledo» del libro El conde Lucanor de don Juan Manuel, que resulta a los ojos del lector actual como plenamente moderno y fascinante. Esto no pasa con otros géneros donde la forma ha cambiado y evolucionado tanto que cuando se lee, por ejemplo, un poema de los Siglos de Oro, se hacen evidentes sus ligaduras con su momento histórico-cultural, aunque sean igualmente fascinantes; el poema se ve totalmente sujeto a un tiempo y a un código poético determinado. En este sentido, el relato corto es distinto, porque su estructura se ha mantenido durante siglos, y podemos leer relatos del medievo con una estructura interna idéntica a los relatos del siglo XXI. El relato corto vive en su propio limbo atemporal y literario.
            En los últimos años, siguiendo con lo que tiene que ver con la estructura, se ha abusado de la idea de narrar con la intención de que el lector, al final del relato corto, descubra que lo que ha venido leyendo hasta entonces necesita una nueva interpretación, pero este que escribe echa de menos los relatos con tramas fortísimas que no necesitan de estos artificios estructurales. Hablo de la cuentística rusa: Korolenco, Turguenév o Chéjov. Pongo como ejemplo La muerte de Iván Ilich de León Tolstoi que no abusa de giros estructurales sorpresivos, sino que se asienta en la fortaleza de la trama.
            Mi libro de relatos Isla Sur refleja las ideas que he expuesto hasta ahora. Es evidente que la estructura en algún relato cobra vital importancia como en «Erbania», pero me he empeñado en presentar tramas que por sí mismas pueden dar vida al relato. También me he acordado, mientras escribía, de Medardo Fraile, pues he querido sobre todo crear un ambiente, un lugar simbólico llamado Isla Sur.