Isla de Lanzarote, isla afortunada
/ Alfonso Domingo Quintero
Si
hay una isla afortunada entre las Islas Afortunadas, esa es en mi opinión
Lanzarote. Solamente por ver como se ha desarrollado urbanísticamente suscita
la envidia del resto de islas. Envidia sana. Haber contado con un genio como
César Manrique ha sido una gran bendición, pues dejó su impronta en toda la
isla. Lanzarote es la isla menos castigada por el urbanismo salvaje, gracias al
respeto que se le ha tenido siempre a tan genial artista. La casa tradicional
de una o dos plantas de paredes blancas y puertas verdes, que en nada ha deteriorado el
ambiente, es lo común en esta isla. Pero si atendemos a las obras concretas
César Manrique, más allá de lo que su influjo ha podido suscitar en el desarrollo
urbanístico de la isla de Lanzarote, tendremos que asombrarnos ante el Jardín
de Cactus, los Jameos del Agua o la Casa-Museo del Campesino, y veremos que son
un ejemplo de la combinación entre la belleza de materiales humildes y la
genialidad en la consecución de un espacio para el disfrute y el recreo del
visitante. Por no hablar del Mirador del Río que se abre a uno de los lugares
más hermosos de las islas: el Risco de Famara, la playa de Famara y la isla de
la Graciosa. Este lugar fue la puerta de entrada de las islas a los fenicios,
romanos, normandos, castellanos y piratas. Hoy lugar de recreo de ingleses y
alemanes, que no dudan en cruzar la gran Europa para disfrutar de tan benigno
lugar.
Famara,
¿qué decir de la deliciosa toponimia de Lanzarote? Nazaret, Mozaga o Yaiza por
no decir Uga, Ye o Tenézara; o tantos otros nombres enigmáticos para pueblos
bizantinos, o para cuentos de Las mil y
una noches. Toponimia sobre la que Agustín Espinosa escribió Lancelot 28º-7º, además de dar forma
literaria a elementos tan propios de la isla como el camello o la palmera. Un
libro que se lee sin cansancio, seducido por la estética que se propone.
También tendríamos que tener en cuenta la obra Lanzarote de Agustín de la Oz, que abre acta cultural de cada uno
de los pueblos de Lanzarote. Libro, que con otros, merecería un artículo
llamado «Libros fundamentales pero olvidados de la Literatura Canaria».
Pero
la toponimia nomina un paisaje, un paisaje que es producto de la fuerza de la
naturaleza como Timanfaya, o de la maestría de la mano del hombre sobre la ella
como en La Geria o en las Salinas del Janubio. Recuerdo ahora la excelente
fotografía sobre este lugar y otros de la isla en la película Mararía, basada en la novela del mismo
nombre de Rafael Arozarena, donde se trata uno de los mitos de estas islas: la
fascinación por lo extranjero y el aislamiento.
No
puedo en este artículo ser exhaustivo y comentar cada una de las singularidades
de la isla de Lanzarote, por eso me limitaré a nombrar lugares que me parecieron
de especial belleza cuando viví en esta isla: los puentes de Leonardo Torriani,
el Castillo de Santa Bárbara en Teguise; el pueblo de Maciot y el poblado
prehispánico de Zonzamas, que nos hablan por sí mismos de nuestro pasado
histórico; la Casa-Museo José Saramago, las bóvedas y chimenenas de Tinajo, la Ermita de
Nuestra Señora de los Dolores, centro espiritual de la isla, Femés
y los colores fronterizos entre el azul y el verde en Playa Blanca y, a lo
lejos, Isla de Lobos con su almacén romano.
Por último, aunque suene a tópico,
Haría. No sé cómo se puede describir la impresión que deja en el viajero la
visión de este pueblecito que parece oriental, después de descender por la
Cuesta del Malpaso. La quietud, el silencio, el palmeral y las casas de cal son
sujetos de un tiempo sin tiempo. Camino de Arrieta dejamos atrás un pueblo sin
tiempo. ¿Qué nos quiere decir la humildad de esta aldea?