El relato corto y su limbo literario / por Alfonso
Domingo Quintero
El Premio Nacional de Narrativa de este año ha
recaído en Cristina Fernández Cubas por su libro La habitación de Nona. De esta manera parece revalorizarse el
relato corto. Esta misma autora viene defendiendo la autonomía y el vigor de
este género literario desde el inicio de su carrera. Para comprobarlo, solo hay
que consultar la hemeroteca.
Pero
es así, parecía que este género necesitaba de un premio prestigioso para que lo
aprendiéramos a valorar. Un halo de sospecha se había cernido sobre el relato
corto desde que la generación del 50 lo entendiera como una manera de llegar a
la novela, género que goza de todos los parabienes de la crítica, mientras el
relato corto malvive denostado por las editoriales, a no ser que seas un
escritor consagrado. De este modo, se citaba a Carmen Martín Gaite como paradigma
de novelista que había cultivado el relato como camino para llegar a la novela,
en menoscabando de su quehacer como cuentista, siendo esta producción de lo más
interesante; y se olvidaba, por otro lado, a Ignacio Aldecoa que debe su fama a
sus relatos cortos, aunque también ha escrito novelas como Parte de una historia que, como es sabido, transcurre en La
Graciosa.
Más
allá de esta controversia, la de valorar el relato corto como género literario,
lo cierto es que este nace con piezas de grandísima madurez como los relatos
que forman parte de Las mil y una noche,
Calila e Dimna o, en ya pleno
castellano, El conde Lucanor de don
Juan Manuel; y surca la historia de la literatura con hitos como Ficciones de Jorge Luis Borges.
El
relato corto, además, tiene la maravillosa cualidad de vivir siempre en el
presente para el lector. Los relatos no envejecen porque su estructura no ha
variado con el paso de los siglos. Es el caso de «De lo que aconteció a un deán
de Santiago con don Yllán, el gran maestro de Toledo» del libro El conde Lucanor de don Juan Manuel, que
resulta a los ojos del lector actual como plenamente moderno y fascinante. Esto
no pasa con otros géneros donde la forma ha cambiado y evolucionado tanto que
cuando se lee, por ejemplo, un poema de los Siglos de Oro, se hacen evidentes
sus ligaduras con su momento histórico-cultural, aunque sean igualmente
fascinantes; el poema se ve totalmente sujeto a un tiempo y a un código poético
determinado. En este sentido, el relato corto es distinto, porque su estructura
se ha mantenido durante siglos, y podemos leer relatos del medievo con una
estructura interna idéntica a los relatos del siglo XXI. El relato corto vive en su propio limbo atemporal y
literario.
En
los últimos años, siguiendo con lo que tiene que ver con la estructura, se ha
abusado de la idea de narrar con la intención de que el lector, al final del
relato corto, descubra que lo que ha venido leyendo hasta entonces necesita una
nueva interpretación, pero este que escribe echa de menos los relatos con
tramas fortísimas que no necesitan de estos artificios estructurales. Hablo de
la cuentística rusa: Korolenco, Turguenév o Chéjov. Pongo como ejemplo La muerte de Iván Ilich de León Tolstoi
que no abusa de giros estructurales sorpresivos, sino que se asienta en la
fortaleza de la trama.
Mi
libro de relatos Isla Sur refleja las
ideas que he expuesto hasta ahora. Es evidente que la estructura en algún
relato cobra vital importancia como en «Erbania», pero me he empeñado en
presentar tramas que por sí mismas pueden dar vida al relato. También me he
acordado, mientras escribía, de Medardo Fraile, pues he querido sobre todo
crear un ambiente, un lugar simbólico llamado Isla Sur.
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